Cuando era joven, más que ahora se entiende, recuerdo estar una tarde en una céntrica y perpetua cafetería de la ciudad que me vio nacer con un grupo de buenas amigas. Tomando nuestro habitual café a alguna se le ocurrió que podíamos jugar a algo. El juego que propuso consistía en tomar una servilleta por cada una de nosotras; servilleta en la que las demás debían escribir qué pensaban acerca de la titular de la servilleta. Así todas tendríamos algo de las otras. Cuando hubimos terminado cada una recuperó su servilleta y pudo leerla. Me impactó lo que en la mía leí. No porque fuera algo malo, si no porque todas coincidían, palabra más o palabra menos. No recuerdo las palabras exactas, claro, pero sí la esencia de lo que mostraban. No me abría fácilmente a los demás; les costaba saber qué pensaba, mis silencios no eran interpretados, sino que se convertían en enigmas sobre qué podría estar pasando por mi cabeza. No es que no hablara, que de eso mucho, es que no hablaba de mi, de lo que sentía o de lo que pensaba. Con dos de ellas había empezado mi amistad hacía un tiempo relativamente corto, pero las otras dos... eramos amigas desde hacía bastantes años y habíamos compartido muchas vivencias y situaciones. Este recuerdo es parte del motor de este blog porque, aunque creo que ya no soy la misma, sigo pensando que llevo muchas cosas dentro que deben salir.
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