Las palabras son mágicas, curan, unen, pueden ser imaginadas y se plasman aquí para ser disfrutadas. Deja a tu alma unirse a la mía, recorrer nuevos mundos, inventar nuevos personajes y vivir con ellos las palabras de sus aventuras.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

CAPÍTULO XIII


Pensé que nos dirigíamos al hotel donde me alojaba, sin embargo el coche se detuvo frente al hotel donde Alan y sus compañeros habían estado. La puerta del hotel estaba acordonada con cinta policial y varios policías flanqueaban el lugar. El señor Ockham levantó la cinta para que pudiéramos pasar.
- ¿Será policía? - pensé - Seguramente, ¿cómo si no podía pasar así, sin pedir permiso a los agentes que estaban allí?
- Señora Marfen, si lo desea puede subir a la habitación donde se alojaba su marido en el momento del fuego, aunque creo que no sería necesario. No hay mucho que ver.
- Aún así quiero verla - respondí tajante - No sabía que era usted policía. De hecho he estado preguntándome quién demonios era usted desde que hablamos la primera vez.- mi voz era seca y mi tono desafiante. Estaba harta de tanto secretismo.
- No soy policía, no al menos cómo usted piensa. Aunque, desde luego, soy una autoridad aquí.- contestó con una sonrisa, como quien explica una obviedad a un niño.
La puerta del ascensor se abrió y entramos. El señor Ockham pulso el botó correspondiente al quinto piso y la puerta se cerró. En la cabina del ascensor sonaba una música, no la reconocí, aunque sonaba a música clásica. Me llamó la atención no en sí la pieza, sino que sonara. El hotel estaba calcinado, destruido, y en el ascensor seguía sonando el hilo musical. Curioso. 
Al llegar a nuestro destino el ascensor lo anuncio con una voz femenina agradable. Esto también funcionaba. 
La planta donde estaba la habitación de Alan estaba aun peor que el resto del hotel. Todo estaba negro, reducido a cenizas. Los cuadros de las paredes estaban reducidos a nada, la moqueta del suelo ya inexistente y las puertas de las habitaciones destruidas por completo. La visión era desoladora y era lógico pensar que los que allí estaban no tuvieron ni la más mínima oportunidad. Se me cayó el alma a los pies y tuve que hacer un gran esfuerzo para no derrumbarme y empezar a llorar. El señor Ockham me provocaba tal reacción de enfado que no estaba dispuesta a que viera en mi ni un solo gesto de debilidad.
Me señaló la habitación 513 y despegó la cinta policial. Entré despacio, con cuidado de ver dónde pisaba. La maleta de Alan, o más bien lo que quedaba de ella, estaba allí, como rellena de un montón de cenizas. Supuse que serían de su ropa, de la que no había ni rastro. Entré en el baño. Y no se qué me llevó a hacerlo, pero me asomé a la bañera. Quizá, ingenuamente, pensé que estaría allí, tomando un baño relajante, que se sorprendería de verme y que al darme la vuelta el señor Ockham no estaría allí y todo volvería a la normalidad. A mi supuesta normalidad. Pero no fue así. Él no estaba en la bañera. Me quedé mirando los azulejos, extasiada. Algo que brillaba llamó mi atención, pero solo veía el reflejo en los azulejos.No sabía dónde estaba el objeto que provocaba aquel reflejo. Lo busqué con los ojos por la bañera. Me di la vuelta: allí, estaba allí, en una repisa que había colgada en la pared. Era un reloj de oro. Alan no tenía ninguno, así que no podía ser suyo. A no ser… malos pensamientos de cruzaron por mi mente. No, Alan jamás… Cogí el reloj, aprovechando que el señor Ockham estaba contestando una llamada que acababa de recibir en su móvil, y me lo guardé en el bolsillo del pantalón. Me alegré de haber escogido aquellos pantalones negros y no una falda. Las faldas que tenía no disponían de bolsillos y no hubiera podido guardármelo tan rápido. Salí del baño un tanto agitada. ¿Qué me pasaba? No era propio de mi ir cogiendo lo que no me pertenecía. Eso tenía un nombre y, además, constituía un delito en cualquier parte del mundo. Pero no había podido evitarlo. Un impulso me decía que lo cogiera, que era importante. 
- Cuando llegué a casa llamaré a Rocío – pensé – No hay impulsos mágicos que lleven a este tipo de actos – me dije – Algo me pasa, algo relacionado con todo este mal momento, por supuesto, pero algo me pasa. 
Rocío era mi supervisora. Me conocía bien, aunque no tanto como mi analista. Hacía tiempo que manteníamos un contacto más bien ocasional porque ya no era necesaria una supervisión de mi trabajo tan concienzuda. Aun así hablábamos de vez en cuando, comentábamos cómo iban las cosas y al final terminábamos charlando de la vida, la familia y el orden político y social. Prefería llamarla a ella primero, se acercaba más al término amistad, pero con conocimientos y objetividad suficientes para ayudarme. Si era necesario llamaría después a Diana, mi analista, de la que también me despedí hace años, pero sabía que me recibiría encantada. Entonces pensé que cuando llegara debía avisar a mucha gente, contarles lo ocurrido… un sentimiento similar a una gran losa cayó sobre mi pecho.Salí de mi ensimismamiento cuando el señor Ockham pronunció mi nombre. 
- Señora Marfen, ¿se encuentra bien? 
- Si, si – respondí – Creo que no me hace falta ver más. Me gustaría ir a mi hotel a descansar. 
- Claro – respondió él – Ahora mismo la acompaño. 
Bajamos de nuevo por el ascensor con hilo musical y atravesamos el recibidor del hotel en silencio. Los policías seguían en la misma posición que anteriormente y no movieron ni un músculo cuando pasamos por delante de ellos. El coche nos llevó rápidamente al hotel en el que me habían alojado. Antes no me había percatado de qué clase de hotel era, mejor dicho, no me había fijado en absoluto en el hotel que era. Era el Eurostars Hotel Das Letras. Me encantaba este hotel. Alan y yo teníamos previsto un viaje para la próxima primavera a Lisboa con los niños y pensábamos alijarnos en él. Este hotel era un universo de la literatura. Cada habitación está dedicada a un escritor de la literatura universal. En el cabezal de la cama hay colgado un cuadro con un fragmento del autor en versión original. Mi habitación estaba dedicada a Virginia Woolf. En cualquier otra ocasión hubiera estado encantada de leer el fragmento de Mrs. Dalloway que estaba encima de la cama, hubiera ido a la sauna, incluso al gimnasio, pero no tenía ganas de nada. Me desplomé en la cama y comencé a llorar. Toda la tensión acumulada durante el día salía en forma de lágrimas. Eran lágrimas gruesas, que apenas se podían abrir paso por los lagrimales. Toda la frustración, la rabia, la tristeza se concentraba dentro de aquellas lágrimas. Lloré y lloré; Lloré durante horas y cuando ya no pude más me quedé dormida. 



  

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