Era sábado por la
tarde. Habitualmente Alan no trabaja los fines de semana pero en esta ocasión
había ido a Lisboa a un pequeño congreso organizado por su entidad.
Aproveché para ir a
visitar a mi madre que vivía a dos horas en coche. Hablé con Alan por teléfono
cuando llegué a casa de mi madre.
- Hola cariño,
¿qué tal el vuelo? – le pregunté en cuanto cogió el móvil.
- Oh, muy
cansado – me respondió con su acento francés – ya sabes que me horroriza volar,
pero ha sido un vuelo tranquilo. Ahora estamos en el hotel. Me daré una ducha,
desharé el equipaje y bajaré a cenar con unos cuantos colegas. Los jefazos
quieren que salgamos a tomar algo esta noche ¿qué te parece?
No me lo podía
creer ¿es que me estaba pidiendo permiso? Jamás me había pedido permiso para
nada porque jamás había hecho falta, desde luego. Él era completamente libre de
hacer lo que quisiera, siempre y cuando nos respetara, a mí y a los niños como
su familia que éramos. ¿Qué pasaba entonces?
- Alan ¿qué
ocurre? – le pregunté con más ansiedad en mi voz de la que me hubiera gustado
mostrar - ¿Desde cuándo necesitas mi permiso? ¿Estás bien de verdad?
- Claro cariño,
- respondió, y no se por qué no le creí – todo va bien, solo me preguntaba si
estaría bien salir de copas con un montón de hombres deseosos de juerga. Ya
sabes que no soy muy dado a la fiesta. Solo pedía tu opinión.
- Oh – salió
por mi boca casi sin querer – Haz lo que te apetezca. ¿O quedarás demasiado mal
si no vas?
- Eso me temo –
respondió
Se produjeron
unos segundos interminables de silencio.
- Alan … - mi
tono de frase inacabada terminó por desvelar su preocupación
- No se,
Becky – dijo al fin – tengo un mal presentimiento. Tengo la sensación de que la
noche no traerá nada bueno. Quizá si me mantengo lejos no me salpiqué. He oído
que quieren trasladar gente y … despedir a otros.
Eso era. Le
preocupaba hacer algo mal o fuera de tono y que le reprendieran por ello. Alan
no solía beber más allá de un par de cervezas; seguro que le preocupaba el
verse obligado a tomar más alcohol del que podría soportar y lo que pudiera
hacer o decir en ese estado, estado siempre imaginado por él porque, desde que
yo le conocía, jamás se había emborrachado, ni siquiera se había puesto alegre
por tomar dos copas de más. Era un hombre muy controlado. Me mantuve callada.
Sabía que no había terminado de hablar.
- Seguro que no
es nada.- continuó - Que solo se trata del mal rato que he pasado en el avión y
el mal cuerpo que tengo. Me daré una ducha y después lo decidiré.
- Bien – le
contesté- creo que esa es una buena decisión señor Sauvent. ¿Hablamos mañana?
- Claro. Te
llamaré antes del almuerzo. Un beso, cielo.
- Un beso – le
respondí.
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