Las palabras son mágicas, curan, unen, pueden ser imaginadas y se plasman aquí para ser disfrutadas. Deja a tu alma unirse a la mía, recorrer nuevos mundos, inventar nuevos personajes y vivir con ellos las palabras de sus aventuras.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

CAPÍTULO IV


Era sábado por la tarde. Habitualmente Alan no trabaja los fines de semana pero en esta ocasión había ido a Lisboa a un pequeño congreso organizado por su entidad.
Aproveché para ir a visitar a mi madre que vivía a dos horas en coche. Hablé con Alan por teléfono cuando llegué a casa de mi madre.
- Hola cariño, ¿qué tal el vuelo? – le pregunté en cuanto cogió el móvil.
- Oh, muy cansado – me respondió con su acento francés – ya sabes que me horroriza volar, pero ha sido un vuelo tranquilo. Ahora estamos en el hotel. Me daré una ducha, desharé el equipaje y bajaré a cenar con unos cuantos colegas. Los jefazos quieren que salgamos a tomar algo esta noche ¿qué te parece?
No me lo podía creer ¿es que me estaba pidiendo permiso? Jamás me había pedido permiso para nada porque jamás había hecho falta, desde luego. Él era completamente libre de hacer lo que quisiera, siempre y cuando nos respetara, a mí y a los niños como su familia que éramos. ¿Qué pasaba entonces?
- Alan ¿qué ocurre? – le pregunté con más ansiedad en mi voz de la que me hubiera gustado mostrar - ¿Desde cuándo necesitas mi permiso? ¿Estás bien de verdad?
- Claro cariño, - respondió, y no se por qué no le creí – todo va bien, solo me preguntaba si estaría bien salir de copas con un montón de hombres deseosos de juerga. Ya sabes que no soy muy dado a la fiesta. Solo pedía tu opinión.
- Oh – salió por mi boca casi sin querer – Haz lo que te apetezca. ¿O quedarás demasiado mal si no vas?
- Eso me temo – respondió
Se produjeron unos segundos interminables de silencio.
- Alan … - mi tono de frase inacabada terminó por desvelar su preocupación
 - No se, Becky – dijo al fin – tengo un mal presentimiento. Tengo la sensación de que la noche no traerá nada bueno. Quizá si me mantengo lejos no me salpiqué. He oído que quieren trasladar gente y … despedir a otros.
Eso era. Le preocupaba hacer algo mal o fuera de tono y que le reprendieran por ello. Alan no solía beber más allá de un par de cervezas; seguro que le preocupaba el verse obligado a tomar más alcohol del que podría soportar y lo que pudiera hacer o decir en ese estado, estado siempre imaginado por él porque, desde que yo le conocía, jamás se había emborrachado, ni siquiera se había puesto alegre por tomar dos copas de más. Era un hombre muy controlado. Me mantuve callada. Sabía que no había terminado de hablar.
- Seguro que no es nada.- continuó - Que solo se trata del mal rato que he pasado en el avión y el mal cuerpo que tengo. Me daré una ducha y después lo decidiré.
- Bien – le contesté- creo que esa es una buena decisión señor Sauvent. ¿Hablamos mañana?
- Claro. Te llamaré antes del almuerzo. Un beso, cielo.
- Un beso – le respondí.

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