Las palabras son mágicas, curan, unen, pueden ser imaginadas y se plasman aquí para ser disfrutadas. Deja a tu alma unirse a la mía, recorrer nuevos mundos, inventar nuevos personajes y vivir con ellos las palabras de sus aventuras.

martes, 25 de septiembre de 2012

CAPÍTULO XII

Delante de nosotros se extendía un corredor pintado de color verde pálido. Las paredes estaban desnudas y desconchadas en algunas partes. El señor Ockham caminaba despacio, para mi desesperación. Al final del pasillo había otra puerta con un panel de código situado en la pared a la altura de los ojos del señor Ockham. Éste introdujo una numeración.

- 13-35-57-79-91- lo repetí interiormente varias veces para retenerlo en la memoria.

Al otro lado de la puerta estaba oscuro, pero cuando esta se cerró se encendieron todas las luces de una gran sala. Allí no había nadie. La sala era diáfana y en ella había al menos 6 mesas dispuestas de forma paralela. Encima de cada mesa había objetos metidos en bolsas, montones de bolsas con un cartelito delante con un número. El señor Ockham me guió hasta una de las mesas y me señaló el número 13. Detrás había dos bolsas. En una de ellas se podía ver una alianza, nuestra alianza sin duda, una cadena de oro que Alan solía llevar con dos plaquitas. En una ponía su grupo sanguíneo y en la otra había grabada una foto de nuestros hijos. Esta última fue un regalo de los niños por el día del padre de hacía tres años. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Cogí la segunda de las bolsas y la abrí. Había un billete de avión, una cartera y una llave de aspecto extraño. El billete era para dentro de dos semanas y el destino: el Tíbet. Esto no podía ser de Alan- pensé - pero no compartí este pensamiento con el señor Ockham. Un impulso me llevó a cogerlo todo y a asentir. 
- Sí- dije casi en un susurro - Estas cosas son de mi marido. ¿Puedo...?
- Creo que no habrá ningún problema en que se lo lleve si es su deseo, como supongo. Deberá firmar la retirada de los objetos.
- Por supuesto - supuse que era lo habitual, pero mi suposición se basaba más en las películas que en el conocimiento real del hecho.
El señor Ockham se dirigió a una de las paredes y haciendo un aspaviento con la mano vi cómo cogía una carpeta de una estantería metálica, en la que yo no había reparado hasta ese momento.
Me tendió un folio en el que ponía mi nombre y que retiraba los objetos encontrados en la habitación que Alan ocupaba y que, reconocidos posteriormente por mi, se concluía le pertenecían. Bueno, era más o menos cierto. Había algunas cosas que no reconocía, pero... Firmé el documento y se lo entregué.
Me entregó las dos bolsas y me invitó con un gesto a abandonar la sala. Hicimos el recorrido de vuelta en silencio. Nos despedimos del guardia de seguridad y el señor Ockham me acompañó hasta el coche. De nuevo sostuvo la puerta hasta que hube entrado y después subió al coche por la puerta contraria.
- Al hotel - le ordenó al chófer.
- Si, señor

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