Las palabras son mágicas, curan, unen, pueden ser imaginadas y se plasman aquí para ser disfrutadas. Deja a tu alma unirse a la mía, recorrer nuevos mundos, inventar nuevos personajes y vivir con ellos las palabras de sus aventuras.

martes, 2 de octubre de 2012

CAPÍTULO XVI

Era raro estar allí celebrando un funeral sin el cuerpo de Alan. Solo aquella pequeña urna de cerámica que contenía su anillo y su cadena de oro con las dos chapitas, y que presidía el evento, nos recordaba que Alan estaba con nosotros. No me hacía a la idea de hacerle una despedida sin poder despedirme físicamente de él. Los jefes de Alan me lo habían pedido, ya que se le había hecho una despedida y un funeral al resto de los compañeros, cuyos cuerpos, o parte de ellos, sí habían aparecido. No me pareció mala idea. Al menos nos uniríamos en el pensamiento de la despedida. Me acompañó toda mi familia y parte de la familia de Alan. Algunos parientes no se habían podido trasladar a España así que solo estaban allí su hermana Cristine con su marido Enric. Habían dejado a los niños con los padres de Enric. Unos tíos de Alan, hermanos de su madre, se habían ofrecido a traer al padre de Alan y allí estaban los tres, sumidos en una profunda tristeza. No entendían cómo podía haber ocurrido aquella tragedia y tener la desgracia de no poder enterrar el cuerpo de Alan. Su padre estaba destrozado. Intenté consolarle y finalmente mi madre, que también se encontraba allí, decidió llevárselos a casa para que pudieran descansar. 
Adrián y Sara se encontraban allí también. Pusieron tanto empeño en estar presentes que no tuve fuerzas para iniciar una batalla que de sobra sabía que tenía perdida, que cedí sin poner mucha resistencia con la condición de que se irían a casa antes de las siete. Como mi madre se marchaba a las seis para llevarse al padre de Alan y a sus hermanos les propuse acompañarles y así hacer de intérpretes a su abuela. Ellos hablaban francés igual de bien que el castellano ya que su padre había puesto mucho empeño en que fueran bilingües y conocieran tanto el idioma materno como el paterno. Mi suegro hablaba castellano pero, la verdad, no creo que estuviera en condiciones de hacer de traductor para nadie. Se marcharon a regañadientes, aunque en el fondo felices de poder pasar algo de tiempo con su abuelo Antonio. Estábamos lejos y solo solíamos vernos en vacaciones de verano y algunos días en navidad. 
Había saludado prácticamente a todo el mundo que había acudido a aquella despedida. Muchos ya se habían ido, pero aun quedaba mucha gente en aquel salón del tanatorio escogido por el banco donde trabajaba Alan. Empecé a observar las caras de las personas que allí quedaban
Miré en derredor y vi el salón del tanatorio aún lleno, pero había mucha gente que ni siquiera conocía. ¿Quiénes eran aquellos hombres trajeados que me daban el pésame con voz de letanía y después desaparecían a través de la puerta que daba a la cafetería?
Propuse a Isabel ir a la cafetería, por curiosidad, con la excusa de tomar un café. 
La cafetería era un recinto cuadrado sin ningún motivo decorativo. Las sillas y las mesas eran de color gris apagado y metálicas; se disponían sin forma alguna en aquel espacio. Estaba claro que se podía disponer de ellas como se quisiera y moverlas según fuera necesario. La barra de la cafetería también era gris y en ella estaba cuidadosamente colocadas un montón de tazas para el café con sus respectivos platos y azucarillos. También había un grifo de cerveza y varias cámaras en las que supuse estarían los refrescos. Había algunos carteles hechos a ordenador en los que se podía leer los bocadillos de que disponían, su precio y algunos platos un poco más elaborados. 
Allí se encontraban aquellos individuos que de nada conocía. Podía presumir de conocer a prácticamente todos los compañeros de mi marido ya que acostumbraba a acompañarle a las cenas de empresa y a los acontecimientos que el banco organizaba. A todos menos a aquel de Lisboa. No solía ir a los congresos porque a menudo debía soportar innumerables horas de conferencias sobre datos bancarios, subidas y bajadas de interés, warrants y un montón de palabrejas más que a mi me sonaban poco menos que a chino mandarín. Las otras esposas de los compañeros de Alan y algunos maridos de las pocas ejecutivas que había tampoco solían acudir. Era como un acuerdo silencioso por el que los trabajadores pasaban un fin de semana en algún lugar del mundo sin sus cónyuges. A cambio solían traernos bonitos regalos que luego nos enseñábamos mientras compartíamos un café y comentábamos nuestras vidas. Casi siempre, por no decir siempre, todas teníamos los mismos o muy parecidos presentes. Nos hacía sospechar que algún avispado, o quizá alguna compañera compasiva, los compraba para todos. Aún así, agradecíamos el detalle y nos daba una excusa para juntarnos.
Y aquellos hombres no eran compañeros de Alan. Todos llevaban idénticos trajes negros, con camisa blanca y corbata negra. Llevaban el pelo, el que tenía el suficiente, engominado hacia atrás. Eran guapos, muy guapos, incluso los que parecían de mayor edad resultaban enormemente atractivos. De tez bronceada y ojos negros. Los miré a todos hasta que pude adivinar el color de ojos de cada uno: negro, de un negro intenso como nunca antes había visto. Y se movían de una forma extraña. Eran de movimientos medidos, suaves pero firmes, algo robóticos en las extremidades inferiores. Todos llevaban la cabeza alta, el cuello bien estirado y la espalda recta. Serían unos doce, así que de cualquier manera llamaban la atención. Hablaban entre ellos y con algunos compañeros de Alan que los miraban con una mezcla de admiración e incredulidad. Me acerqué al grupo que tenía más próximo y que se encontraba al lado de la barra. Rápidamente llamé al camarero para disimular.
- Por favor – dije de la manera más suave posible – Dos cafés con leche. Uno de ellos corto de café. Gracias
El corto de café era para Isabel. Ya se había tomado por lo menos cuatro cafés y no dejaba de llorar a escondidas. No quería que yo la viera llorar pero le delataba el pequeño enrojecimiento de sus lagrimales. Si seguía tomando café estaría sin dormir un par de días. La cuidaba con un interés puramente egoísta. Era mi mayor apoyo, así que no quería que después de ese par de días cayera en los brazos de Morfeo y me dejara sola cuando todo el mundo ya hubiera desaparecido. 
Agudicé los oídos para ver si conseguía captar algo de la conversación que estaban teniendo aquellos hombres con los compañeros de Alan.
- No, no – decía Roberto, compañero de Alan desde hacía al menos diez años, respondiendo a una pregunta que no había logrado oír – Ninguna actitud extraña en los últimos meses. Se comportaba como siempre. De hecho el martes que viene íbamos a ir a jugar al golf. Lo hacemos una vez al mes, ¿sabe?
A Roberto se le llenaron los ojos de lágrimas e hizo un esfuerzo por contener el llanto.
- Gracias señor Martín. No quería incomodarle – el que hablaba era joven y de cabellos cobrizos.
¿Actitud extraña? ¿Es que pensaban que a Alan le pasaba algo? Y porqué no se dirigían a mí. Yo era quien mejor conocía a Alan. Pensé si todos ellos pertenecerían a algún cuerpo especial de la policía. Parecía improbable. La policía ya había hablado conmigo para informarme de la situación cuando llegué a Lisboa. En España ninguna persona de los cuerpos de policía había hablado conmigo. Además, como no había cuerpo que trasladar tomé el avión de vuelta, sin declarar absolutamente nada. Era como llevar un recuerdo metido en la maleta.. Pero, ¡qué recuerdo!, pensaba yo. Todo mi amor se recogido en aquellas dos bolsas que iban en mi maleta; y cada vez que lo pensaba cerraba los ojos y pensaba en Alan, en su anillo y su cadena.
Llevé los cafés hasta una pequeña mesa y me quedé pensativa. Nunca había tenido dotes detectivescas ni un ingenio demasiado agudo para los misterios, pero se despertaba en mí una mezcla interés e incredulidad que me estaba empezando a hacer sospechar de todo lo que estaba ocurriendo. 
Desde luego no era un sueño. Me pellizqué varias veces para comprobarlo e incluso pellizqué a Isabel, que se quejó muy levemente. Si tenía que ver con un sueño era más bien una pesadilla y ya estaba siendo demasiado larga.

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