Las palabras son mágicas, curan, unen, pueden ser imaginadas y se plasman aquí para ser disfrutadas. Deja a tu alma unirse a la mía, recorrer nuevos mundos, inventar nuevos personajes y vivir con ellos las palabras de sus aventuras.

domingo, 9 de junio de 2013

LA SOLEDAD BUSCADA

¡Cuánto necesitaba estar sola! Unas horas para mi, sin hablar, sin mirar... Sólo mirando dentro, escribiendo tal vez, volcando lo que pasa por mi cabeza que nunca para...
A veces envidio a mis amistades, a esas amistades que llevan una vida solitaria que les permite ir y venir donde les venga en gana, salir y entrar a la hora que quieran, comer ahora o después, dormir en la cama o en el sofá...
Sé que sólo estaría bien unos días, unas semanas quizá... luego echaría de menos mis pequeñas rutinas, mis compañías...
Pero hoy, con estas horas en soledad estoy tranquila, a gusto, relajada, porque sé que mañana volveré a mis pequeñas rutinas y a mis compañías...

lunes, 4 de marzo de 2013

EL ÁRBOL, MI ÁRBOL


En tus ramas, en tu copa enmarañada,
me gustaría perderme en las horas soleadas 
y en las noches encontradas...
Liarme con tus hojas, que me enreden, me atrapen y no me dejen salir...
Quedarme en tu copa, recogida, resguardada, bien cuidada...
Allí arriba, bien dentro, donde nadie encuentre lo que llevo dentro... 
Y sacarlo, y enredarlo a tus ramas, dejarlo en tus hojas... 
Y venga una ráfaga de viento y se lleve lo que llevo dentro.

miércoles, 13 de febrero de 2013

EL PENSAMIENTO GUÍA


Quise dejar vagar mi pensamiento, recorrer los recovecos de mi cerebro, de mis venas, de mi entrañas… Buscaba el origen, el comienzo de aquella desazón tan enorme que me recorría el cuerpo, que empezaba en la boca del estómago y terminaba con un escalofrío en mi cabeza. ¿Qué era aquello que no dejaba parar mis pensamientos, que no les dejaba llegar a tomar forma, que, antes que pudiera verbalizarlos, ya se habían esfumado, ya se habían escondido en algún rincón inaccesible? Debía encontrarlo porque, de lo contrario, tenía la sensación de que terminaría volviéndome loca, loca de esas que hablan sin sentido, rápida e inconexamente, loca de esas que ya no son capaces de contener sus pensamientos detrás de la barrera del lenguaje. Bauticé a aquel pensamiento como el “pensamiento guía” y lo puse a trabajar incansablemente recorriendo todos los rincones accesibles, visibles y conocidos. Solo le di dos pistas, las que yo tenía: algo me desestabiliza, no me agrada, y de seguro está camuflado. Como un rayo se movía entre las ideas, las representaciones, las sensaciones, los recuerdos conscientes… y no halló lo que buscábamos. Entonces le ordené bajar más aún, allí donde está lo prohibido, lo angustiante, lo reprimido. Noté cómo se vestía de diferente forma también y ocultaba su vestimenta de pensamiento guía bajo la de un pensamiento angustiante y ataba un hilo transparente y fino alrededor de mi corazón. Sentí su zambullida al abismo, a lo extraño, a lo desconocido; noté como tiraba de mi corazón y a medida que bajaba iba tocando ideas, representaciones burdas, primarias pero reconocibles. Allí estaban las imagos de mis predecesores, las de los afectos infantiles y recuerdos no corpóreos difíciles de reconocer. Mi pensamiento subió y se sentó agotado en lo alto de mi corazón. “¡Vuelve a bajar!”- le ordené – “Tiene que estar ahí”. Y obediente se lanzó de nuevo, buceó por los rincones y, de repente, se paró. Noté su abatimiento, no era solo angustia, no era solo miedo, era un total y absoluto sufrimiento. Allí estaba, había encontrado el origen de mi mal. “¡Átalo a ti y súbelo!” – le insté. El pensamiento guía no podía subir, el afecto reprimido era demasiado pesado y llevaba su disfraz que aún le hacía más pesado. ¡”Desprovéelo de su coraza!” – le sugerí-. “¡Que suba desnudo!”. Eso se merece, pensé, que le podamos ver expuesto. El pensamiento guía lo izó entonces mucho más ligero. Aunque el afecto reprimido se movía y se resistía a ser izado, logramos llevarlo hasta el corazón y pudimos mirarlo a los ojos… El afecto lloraba, cabizbajo, pero no angustiado. Lloraba con tristeza, con la tristeza de haber estado mucho tiempo solo sin saber a que agarrarse. “Ahora puedes agarrarte a mi” – le susurré-. “Ya no eres angustiante, solo algo que no debió suceder, solo alguien que no debió ser”. “Ocupa tu lugar aquí arriba para que pueda seguir adelante, por favor. “Ya no tienes valor de angustia ahora nada más eres un recuerdo”. Y el afecto, convertido en recuerdo con forma y volumen, secándose las lágrimas, sonrió y se colocó en el estante de los recuerdos lejanos sin afecto.

miércoles, 23 de enero de 2013

Compartid vuestra alma conmigo

Escribir un blog es muy gratificante, sobre todo para uno mismo, la verdad. Porque escribir un blog es un ejercicio por y para uno mismo. Lo precioso es compartirlo y que los demás te den un feedback sobre lo que a ti tanto te importa y tanto te gusta. Os animo, de nuevo, a que lo hagáis los que aun no lo habéis hecho (que los hay que lo hacen y me encanta, me ilusiona y me reconforta), que me dejéis vuestros comentarios, vuestros pensamientos, vuestras opiniones, alguna parte de vuestras almas...

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CAPÍTULO XIX

Encendí la luz de la lamparita que había en mi mesilla de noche y miré el reloj despertador. Eran las seis de la mañana. Fui a la cocina y me preparé un tila doble. Cogí mi móvil y comprobé en la agenda que tenía el número de Rocío. Desde que estuviera en Lisboa sabía que debía llamarla, pero el transcurrir de los acontecimientos no me había dado un momento de respiro para poder llamarla. Lo haría a primera hora de la mañana. Sabía que a Rocío le gustaba madrugar. Solía salir a caminar a primera hora de la mañana, antes de comenzar su trabajo en la consulta. A ella le gustaba despejarse antes de adentrarse en las mentes ajenas. Decía que le permitía despejar la cabeza de cualquier pensamiento que después pudiera distraerla; el paseo le ayudaba a colocar su mente, a ordenar sus quehaceres y, de paso, movía las piernas, lo cual era muy importante teniendo en cuenta el tiempo que pasaba sentada. Si sus costumbres no habían cambiado saldría alrededor de las siete y media. Apuré la tila y fui a cambiarme. Busqué un chándal, unos calcetines de deporte y rescate las zapatillas de deporte del fondo de mi zapatero. La verdad es que no hacía mucho deporte, por no decir que no hacía nada de deporte. Tenía el chándal y las zapatillas para ir al campo o para acompañar a mis hijos a sus actividades. Así no desentonaba en las actividades deportivas. Me recogí el pelo en una coleta de caballo. Me miré al espejo. Hacía mucho tiempo que no me recogía el pelo. A Alan no le gustaba. Solía decirme que le gustaba ver ondear mi melena cuando soplaba el viento y que el pelo recogido me hacía parecer mayor. Esperando a que dieran las siete para llamar a Rocío caí en la cuenta de que no la había avisado para el funeral – homenaje a Alan. Se iba a enfadar conmigo, con toda la razón. A las siete menos cinco no pude esperar más y le di a la tecla de llamar que aparecía bajo su nombre en teléfono móvil.

- ¿Rebeca? – Claramente mi número también aparecía en la pantalla de su teléfono - ¿Qué ocurre? – preguntó alarmada.

Tomé aire y me dispuse a hacerle un resumen con lo más importante que había sucedido.

- Hola Rocío – comencé -. Perdona que te llame a estas horas. Verás… es que… - Las palabras no conseguían recorrer el camino desde mi cerebro a mi boca.- Alan ha muerto Rocío.

- ¿Qué? – el tono de su voz era una mezcla de sorpresa y angustia. Becky, por favor, no puede ser.
- Sí, Rocío. Tengo mucho que contarte. ¿Puedo salir a caminar contigo y charlar?

- ¿Tu quieres caminar? – Ahora su tono era solo de sorpresa. Rocío me conocía bien.- Podemos tomar café si lo prefieres. No me pasará nada porque no camine un día.

- No, Rocío, no me importa caminar. Seguramente hasta me vendrá bien.- Le contesté.

- Bien. De todas formas, hoy tengo la mañana libre. Luego podemos desayunar juntas y pasar algo más de tiempo, si quieres.

- Te lo agradezco de veras Rocío. Estoy en tu casa en treinta minutos.-dije calculando lo que tardaría andando desde mi casa.

- Muy bien. Te espero en la puerta.- Dijo a modo de despedida y colgó el teléfono.

Escribí una nota para mi madre diciéndole donde estaba y recordándole mi número de móvil por si me tenía que llamar. Cogí una cazadora fina y de corte deportivo de color morado del armario que teníamos en la entrada y salí de casa. Por el camino intenté ordenar los acontecimientos en mi cabeza. Desde aquella llamada de Alan en la que parecía que me pedía permiso para salir a tomar algo con sus compañeros hasta el funeral que había organizado, mejor dicho, que había dejado que el jefe de Alan organizara, y donde ví a aquellos hombres tan extraños. . Llegué antes de lo que esperaba a casa de Rocío y me senté en la escalinata de la entrada a esperarla. Rocío vivía en una casa unifamiliar muy bonita, de color rojo teja y vallas blancas. Tenía un terrenito detrás donde Rocío había plantado un pequeño huerto, que era su orgullo y mayor entretenimiento. Vivía sola desde que su marido había fallecido hacía unos diez años y sus tres hijos se habían independizado. Tenía la consulta en la planta de abajo, con una entrada independiente y su hogar en la segunda. Podía recorrer ambas plantas con los ojos cerrados. Las conocía a la perfección gracias a los años que estuve visitándolas. A Rocío le encantaba decorar su casa con artilugios extraños que había ido encontrando en los lugares más recónditos del mundo o en los mercadillos más estrafalarios. Le gustaba viajar y perderse por la geografía mundial y cuando volvía siempre me dejaba boquiabierta con los relatos de lo que había conocido y vivido. Sentada en las escaleras de la entrada de su casa recordé una vez que me habló de su viaje al Tíbet. Había estado en Barkhor, el mercado cercano al templo de Jokhang, el monasterio budista más famoso de Lhasa. Le había encantado el Tíbet, de hecho aun seguía en su mente el irse una buena temporada allí y aprender algo más de los monjes budistas. Del circuito de peregrinación que era el Barkhor había traído una gema rarísima de color añil y un botecito redondo y bajo de cristal con pelo humano. No me dijo de quién era, pero intuí que de alguna celebridad tibetana. 
Al cabo de un par de minutos sentí que alguien se acercaba. Tal vez Rocío había intuido que llegaría antes de tiempo y salía ya. La puerta se abrió y giré la cabeza esperando encontrármela . Pero lo primero que vieron mis ojos fueron unos zapatos claramente masculinos, concretamente unos Fratelli Rossetti, de piel, estilo Oxford  y de color negro. Los conocía bien porque le había regalado un par a Alan en su último cumpleaños. Los había encontrado a muy buen precio en una página de internet y le hizo muchísima ilusión recibirlos. Era un hombre coqueto en el fondo.

Levanté la vista lentamente mientras por mi mente se dibujaban unas cuántas hipótesis sobre quién podía ser aquel hombre. La que iba en primer lugar era, sin duda, que sería algún ligue de Rocío. Mi supervisora era una mujer de cierta edad, pero que aun conservaba su belleza. Era delgada y esbelta y una tez sin arrugas y una mirada cautivadora hacían que fuera difícil descubrir su verdadera edad. Edad que yo, en una reunión de antiguas alumnas de la universidad, había descubierto sin querer. Rocío rondaba los sesenta, pero no aparentaba más de cincuenta. Mi mente sonreía ante la idea de que Rocío pudiera tener un affaire cuando mis ojos se toparon con los de él.

-      ¡Señor Ockham! – grité sorprendida.

lunes, 3 de diciembre de 2012

CINCUENTA SOMBRAS...

Aquí está, ya la he leído. Trilogía de casi obligada lectura no por su calidad, en mi humilde opinión, sino por la repercusión social que tiene. Vamos, que si no la lees estás fuera de muchas de la conversaciones de café que se tiene en estos días. Cuenta la historia de ¿amor? de un guapo, rico, inmensamente rico y joven pervertido y de una ¿ingenua?, igualmente joven, y de escasos intereses económicos, futura editora. Esto lo digo porque el perfil de la protagonista pasa por ser la bondad personificada, la cultura hecha mujer, la literatura puesta en una persona y, como no podía ser de otra manera, quiere ser algo en el mundo literario. Lo que realmente parece que engancha de la novela es el sexo, más que explícito (no deja nada, absolutamente nada, a la imaginación) y la relación sádico - masoquista de los protagonistas (esto da para otra reflexión sobre cuantas fantasías están reprimidas en nuestras cabecitas...). Lo frustrante de las  novelas es que lo predecible que es todo: los latigazos caen justo donde deben, hasta cuando se equivocan y lo "arreglan" lo hacen de una manera predecible y una idea, un argumento al que, a mi parecer, se le podía haber sacado mucho jugo, parece haberse quedado en una relación sexual consecuencia de una infancia muy desdichada. Fácil de leer, esperable la adaptación al cine y recomendable porque al fin y al cabo... es una historia de amor... perversa, pero de amor.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

CAPITULO XVIII

Me dejé caer sobre mi espalda en la cama y suspiré profundamente tapándome la cara con las manos. Un sinfín de emociones desagradables me embargaban, recorrían mi cuerpo de arriba a abajo intentando salir.   ¿Por qué me había dado ese papel el camarero?
- No era para mi. Se ha equivocado - pensé.
Pero no era cierto y en mi fuero interno lo sabía. Me la había dado a mi y se había cerciorado de que la cogía. ¿En qué lío me estaba metiendo? Bueno, en realidad no me estaba metiendo en ningún lío. Solo era mi cabeza que quería construir un puzle al que le faltaban piezas. Una combinación de puzle y pesadilla que estaba alejándome del dolor por la pérdida de Alan. Recordé su billete de avión...Pero... y me deslicé hasta el suelo y lo pisé firmemente, ¿qué puzle? ¿Qué piezas? ¿Que misterio?
- ¡¡¡Pisa el suelo Rebeca!!! - me ordené enérgicamente. Y entonces quise tomar una determinación. 
- Mañana mismo iré a ver a Luis - dije en un susurro - Tengo que admitir que esto me supera.
Luis era un colega de profesión. Bueno, no exactamente. Él era psiquiatra y psicoterapeuta, además de un buen amigo. No acudiría a él en calidad de profesional, si no de amigo con potestad para recetarme algo que me ayudara a salir de esta espiral de paranoias en la que estaba entrando. Algo que me ayudara a no creer que vivía en una novela de misterio. En mi vida profesional no era especialmente partidaria de que mis pacientes tomaran medicación, pero tenía que admitir que había casos en los que, sin esta ayuda, sería imposible trabajar, Y ahora pensaba que, sin esta ayuda, iba a ser muy difícil seguir adelante, al menos al principio. Notaba como me acercaba peligrosamente a la barrera de lo patológico y necesitaba mi cabeza bien situada si quería ser el sostén de mi familia. Si quería ser mi propio sostén el futuro.
Me dirigí al baño y cerré la puerta. Tomé un baño con aceites relajantes y me sumergí todas las veces que  fueron necesarias hasta que puede empezar a llorar, a soltar toda la desesperación y la angustia que tenía en el pecho. No iba a saber vivir sin Alan. Él era el pilar sobre el que me apoyaba, él era el sostén de la familia, él era mi sostén. El que siempre estaba en casa cuando yo abría la puerta y me recibía con un "hola ¿qué tal tu día?", el que se reía cuando me ponía madre coraje, herida en mi narciso de madre de hijos estupendos, y hacía que me riera de mis propias reacciones. Él era mi compañero de vida, a quien deseaba por la noches y añoraba por las mañana cuando abandonaba la cama temprano para ir a trabajar.
Salí de la bañera exhausta y me sequé el cuerpo y me pasé el secador por el pelo. Me puse un pijama de Alan... aun olía a él.... y me metí en la cama. Creo que estaba tan cansada que me quedé dormida casi al instante, pero tuve unas pesadillas horribles. Yo corría por un camino ascendente de una montaña. alguien me perseguía, aunque no podía ver quién era. Corría angustiada, corría muy rápido, veía pasar los árboles  a toda velocidad por el rabillo de mi ojo derecho. Miraba atrás constantemente pero no veía a mi perseguidor. Llevaba un bolso colgado en bandolera que pesaba muchísimo. Mientras corría, tenía la sensación de que me cortaba el cuello con su peso. Sabía, con certeza, que debía proteger lo que había dentro. Entonces el camino se terminó, no había nada más... el vacío... Y como iba corriendo, no podía parar a tiempo y caía... Y me desperté bañada en sudor, con el pulso acelerado, como si de verdad hubiera estado corriendo, y muerta de miedo.